Un tesoro salvado

No se me ocurre mejor manera de comenzar este blog que recomendando El infinito en un junco (Ediciones Siruela). Se trata, sin duda, de uno de los títulos más aplaudidos en los últimos meses por los lectores y la crítica y -lo que es aún más infrecuente- objeto de elogios también por parte de todo tipo de escritores, desde novelistas como Rosa Montero y Mario Vargas Llosa a especialistas en la materia como Carlos García Gual. Mi edición, de junio de 2020, es ya la decimotercera del libro.

Su autora, Irene Vallejo, entreteje hábilmente ensayo, divulgación, referencias literarias, paralelismos con la actualidad y episodios autobiográficos para recorrer la historia de la escritura y los libros. Tres son los escenarios principales de esta narración que no tarda en volverse absorbente: la Alejandría ptolemaica, las polis griegas y la Roma imperial.

Las tesis que atraviesan todo el texto no son particularmente originales —el libro como invención fundamental de la civilización humana, aventura colectiva sostenida por figuras anónimas y frágil puente entre épocas, lenguas y culturas que ha sobrevivido a todos sus enemigos—, pero es difícil transmitirlas con más claridad, inteligencia y sensibilidad. Una simple muestra:

De alguna forma misteriosa y espontánea, el amor por los libros forjó una cadena invisible de gente -hombres y mujeres- que, sin conocerse, ha salvado el tesoro de los mejores relatos, sueños y pensamientos a lo largo del tiempo.

Como entre los principios fundacionales de este blog figuran las seis propuestas de Italo Calvino para el segundo milenio —especialmente la relativa a la levedad—, añadiré solo dos observaciones a mi recomendación.

Algunos han acusado a Irene Vallejo de mezclar de forma poca rigurosa verdad y ficción. Es un reproche injusto, ya que supone ignorar que la autora aclara en todo momento si está presentando un dato incontestable (al menos hasta la fecha), una interpretación comúnmente aceptada, una hipótesis verosímil o la recreación imaginativa de una época o un hecho históricos —y, en cualquier caso, esta nunca es caprichosa—.

En segundo lugar, El infinito en un junco nos recuerda que no hay nada nuevo bajo el sol. «Algunas personas empezaron a considerarse ciudadanas del mundo, mientras que en otras se exacerbaba el nacionalismo», cuenta Vallejo sobre la civilización helenística, la primera sociedad globalizada, surgida en los territorios conquistados por Alejandro Magno, de Macedonia a la India pasando por Egipto y Anatolia. Más adelante, relata que las inscripciones de la Grecia del siglo VIII a. C. halladas en tumbas «eternizan instantes especiales de la vida de las personas comunes que participan en banquetes, que bailan, beben y celebran sus placeres». Y reconocemos otra constante que nos resulta familiar al leer que Platón defiende en La República la censura, que Ovidio murió en el destierro por una obra (El arte de amar) considerada contraria a la moral pública, y que los cristianos se enseñaron con la Biblioteca de Alejandría, destrucción que según algunas fuentes remataron los musulmanes pocos siglos después.

La historia como espejo de las miserias, los ideales más nobles y las contradicciones del presente: en la Odisea, el adolescente Telémaco manda callar en público a su madre, Penélope, por su condición de mujer; Heródoto adopta el punto de vista del otro, del enemigo, en el primer libro de historia de Occidente, y Séneca predicaba el pacifismo y una vida sobria mientras amasaba una fortuna gracias a las inversiones inmobiliarias y el cobro de intereses desorbitados.

Todo ha ocurrido y ocurrirá infinitas veces, y lo sabemos gracias a los libros.

El infinito en un junco
Irene Vallejo
Siruela, Biblioteca de Ensayo 105 (Serie Mayor)
Madrid, 2019 (1.ª edición)
449 págs.

11 comentarios en “Un tesoro salvado

  1. Pilar Balcázar Elvira

    Querido amigo: ha entrado por la puerta grande en este caso libresco. Es un libro maravilloso. Me alegran todos los reconocimientos que el libro y su brillante autora están teniendo.
    Y, por supuesto, seguiré tu blog lo más regularmente que pueda. Los buenos, bellos y sabios libros son una de mis pasiones y necesidades.

    Le gusta a 1 persona

  2. César Niño Rey

    Muchas gracias, espero actualizarlo con cierta regularidad. Libros así nos hacen más falta que nunca, seguro que Irene Vallejo nos sigue maravillando pronto con sus ensayos o ficciones.

    Me gusta

  3. Jorge Zaragoza

    ¡¡Me encanta!! Pero tengo un apunte, si no molesta: la grandiosa biblioteca Real de Alejandría fue destruida parcialmente por Julio César durante la defensa de Cleopatra contra su hermano, y cayó en desprotección a la muerte de esta y Marco Antonio. El furor cristiano radical tras el edicto de Teodosio se supone que se cebó con la biblioteca del Serapeo, que era muy importante pero no era la conspicua biblioteca de Alejandría…

    Le gusta a 1 persona

    1. César Niño Rey

      Muchas gracias por tu comentario, Jorge, me ha animado a releer las partes del libro referidas a este asunto. El tema es fascinante en sí mismo y también por lo que nos enseña sobre las limitaciones sobre lo que podemos saber de la historia. El libro lo trata de manera detenida, empezando por el capítulo 79, «Las tres destrucciones de la Biblioteca de Alejandría».

      La primera habría ocurrido, efectivamente, en tiempos de Julio César, o al menos así lo cuenta Plutarco, que escribió siglo y medio después de que sucedieran los hechos. Vallejo asegura que hay motivos para dudar de su versión, ya que otras fuentes (como Estrabón o Suetonio) no aluden a ese desastre. «Quizás esta primera destrucción de la Gran Biblioteca es, después de todo, un recuerdo inventado, o una pesadilla premonitoria, o un incendio mítico que, en el fondo, simboliza el ocaso de una ciudad, de un imperio y de una dinastía que empezó con el sueño de Alejandro y acabó con la derrota de Cleopatra» (página 222).

      El libro explica que, una vez anexionado el país del Nilo al naciente Imperio romano, los fondos para financiar la Biblioteca pasaron a ser entonces responsabilidad de los emperadores de Roma y que esas ayudas sufrieron recortes sucesivos a partir del siglo III: «La decadencia era ya imparable» (página 223).

      A partir de entonces -añade- se produjo un ciclo de pillajes y depredaciones, y Alejandría se convirtió además en escenario de batallas religiosas entre judíos, paganos y cristianos (divididos, a su vez, en facciones enfrentadas). Esas tensiones desembocaron en el año 391 en la destrucción del Serapeo por parte de un destacamento de soldados romanos, monjes anacoretas llegados del desierto y una «turbamulta enfurecida», según relata Vallejo (página 228).

      La autora distingue entre la Gran Biblioteca, que estaría en el recinto palaciego de los Ptolomeos y se reservaba a los estudiosos, y este Serapeo, una pequeña acrópolis abierta a todo el mundo que funcionaba como biblioteca filial y se alimentaba de copias de la principal. En este sentido, formaban un conjunto, por eso me refiero a la destrucción de la Biblioteca (a secas, sin el «Gran» delante) a manos de los cristianos. Creo que es también lo que quiere decir Vallejo cuando, en referencia al profesor y poeta pagano Páladas, que nació y murió en Alejandría en el tránsito del siglo IV al V, dice que «atestiguó la destrucción de la Biblioteca» (página 228).

      El libro dedica un capítulo a la reaparición de la Biblioteca en dos crónicas árabes sobre la conquista de la ciudad en el siglo VII por parte del comandante Amr ibn al-As, que habría destruido los libros que sobrevivían por orden del califa Omar I, el segundo sucesor de Mahoma.

      Vallejo destaca que muchos especialistas creen que estos cronistas (Alí ib al-Kifti y Abd al-Latif) «inventaron la historia del trágico final de la Gran Biblioteca. Los dos escribieron varios siglos después de que tuvieran lugar los acontecimientos y, al parecer, tenían interés en desacreditar la dinastía del califa Omar frente al culto sultán Saladino. Quizás cualquier parecido entre este relato y la realidad sea pura coincidencia, o tal vez no» (página 232).

      La historia no puede ser más apasionante y Vallejo la resume muy bien, sin obviar las complejidades y las incógnitas aún sin resolver.

      Me gusta

  4. Jorge

    Todo correcto, y, efectivamente, muchos autores hablan de la destrucción o destrucciones de la Biblioteca de Alejandría mezclando diferentes lugares quizá por alimentar la leyenda. Respecto a el episodio de Julio César, aunque se ponga en duda es más que probable ya que como apuntas, la Gran Biblioteca formaba parte del recinto palacial donde Cleopatra se hizo fuerte (y si su hermano conocía su devoción por la cultura es probable que fuese a dar donde dolía, peeeeeero no puedo discutir que puede que no ocurriese)
    De igual modo me parece exagerada la leyenda de Omar:»si está de acuerdo con en Corán no nos sirve, quémalo, y si va en contra del Corán esta prohibido, quémalo también» (o algo así…) máxime cuando el segundo de los califas perfecto s trató de respetar las creencias de los conquistados convirtiéndolos en dimmies… de hecho, ese carácter conciliador fue la clave de su enorme expansión que le facilitó la toma del imperios sasánida y Bizancio. Las conversiones forzosas vendrán de la mano de su sucesor Utman… Peeeeero tampoco se puede decir que no… 😉

    Me gusta

    1. César Niño Rey

      Vallejo destaca precisamente la disparidad entre la versión de Plutarco, que relata que la Gran Biblioteca quedó reducida a cenizas en tiempos de Julio César, y el silencio de otros muchos escritores romanos y griegos contemporáneos. La autora apunta como posible solución al enigma que en el incendio ardieran los almacenes del puerto, donde se encontraban las nuevas adquisiciones de la Biblioteca antes de su traslado definitivo o incluso simplemente rollos en blanco.

      El libro apunta también que muchos especialistas creen una invención la historia del califa Omar, ya que proviene de dos cronistas que querían desacreditar a esa dinastía frente al culto sultán Saladino.

      En fin, queda mucho que investigar sobre estos asuntos, aunque hay que asumir que posiblemente algunas zonas de oscuridad nunca podrán iluminarse por completo.

      Me gusta

  5. Pingback: Ese insólito don – ESCRITAS EN EL AGUA

  6. Pingback: Voces del pasado, guías para el presente – ESCRITAS EN EL AGUA

Deja un comentario