Ese insólito don

El amor por la literatura no es una competición, pero si lo fuera, en lo más alto del podio habría que reservarle un lugar a Stefan Zweig (Viena, 1881-Petrópolis, Brasil, 1942), un escritor muy popular en su época gracias a sus novelas y relatos y sus obras de carácter histórico, y también un lector cultivado y agudo.

Zweig representa como pocas figuras el rico panorama cultural de la Europa de las primeras décadas del siglo XX, antes de que ardiera en el fuego de los totalitarismos, ese universo de cafés y teatros, refinado y cosmopolita, que él mismo retrata en El mundo de ayer. Memorias de un europeo. El europeísmo es una constante en su pensamiento, como lo son su curiosidad intelectual y su humanismo, rasgos que se reflejan igualmente en Encuentros con libros (Acantilado), una selección de las reseñas y los artículos literarios y de los prólogos que redactó a lo largo de su carrera.

Los textos gustarán en especial a letraheridos, amantes de los clásicos y seguidores de Zweig, cuya obra narrativa y ensayística viene publicando Acantilado desde hace veinte años con el cuidado que caracteriza a la editorial (buena prueba es la traducción del alemán de Roberto Bravo de la Varga, que fluye con esa mezcla de dinamismo y elegancia que caracteriza a la prosa del autor).

La pieza que abre el volumen, «El libro como acceso al mundo», es reveladora de la pasión que despierta en Zweig la literatura y también del entusiasmo con que él es capaz de compartirla. El escritor establece un paralelismo entre la invención de la rueda y el descubrimiento de la escritura; así como el desarrollo técnico de aquella ha permitido acortar las distancias y vencer la fuerza de la gravedad,

(…) la escritura, que ha evolucionado desde los pliegos más sencillos, pasando por los rollos, hasta culminar en el libro, ha puesto fin al trágico confinamiento de las vivencias y de la experiencia en el alma individual: desde que existe el libro nadie está ya completamente solo, sin otra perspectiva que la que le ofrece su propio punto de vista, pues tiene al alcance de su mano el presente y el pasado, el pensar y el sentir de toda la humanidad». (págs. 7-8)

El escritor relata, a continuación, un episodio de su juventud que le llevó a tratar de imaginar su vida sin libros. Comprendió entonces que todos sus recuerdos y experiencias estaban relacionados con ellos de una forma u otra, e incluso que «cualquier palabra despertaba innumerables asociaciones que me remitían a algo que había leído o aprendido». La literatura se le reveló así el fundamento de «una imagen soberbia de la realidad», «este insólito don que nos permite emocionarnos con un destino ajeno», una «fuente de innumerables momentos de felicidad» y la causa principal de «ese deseo de ir más allá de nosotros mismos, esa bendita sed, que es lo mejor de nuestra persona».

Zweig concluye con una declaración optimista sobre el futuro del libro como transmisor de palabras y conocimientos, en oposición a quienes lo consideran arrinconado por medios como el cine o la radio, pues es «intemporal, indestructible, inalterable, la quintaesencia de la fuerza en un formato reducido y versátil». (En el reciente El infinito en un junco, Irene Vallejo comparte esta actitud un siglo más tarde).

Las treinta y cuatro piezas restantes del volumen demuestran la amplitud de intereses y conocimientos del escritor vienés. La mayoría son reseñas de obras concretas —desde un poemario de Rainer Maria Rilke al Ulises de James Joyce, pasando por el último estudio de Sigmund Freud o una antología de cuentos tradicionales—, aunque algunos textos abordan la trayectoria de un autor y también se incluyen un par de prólogos como muestra de la labor editorial de Zweig. El libro se ordena de acuerdo al idioma original de la obra comentada; el grueso de las reseñas corresponde a las literaturas en lengua alemana y francesa, y en menor medida están representados el inglés y el ruso.

En el interesante epílogo de Knut Beck (responsable también de la edición), se recuerda que Zweig se definía a sí mismo como un lector «impaciente y temperamental», nada amigo de lo prolijo, lo ampuloso, lo vago y lo superficial. Frente al estudio filológico, al analizar una obra le interesaban sobre todo la visión de conjunto, los detalles memorables, las conexiones con otros libros y sus aspectos innovadores.

Al margen de ese enfoque y de que se compartan o no sus gustos e interpretaciones, siempre es un placer asistir al despliegue de empatía e inteligencia con que Zweig capta la esencia y el valor de un libro y a la intensidad con que transmite su experiencia lectora. Es sutil sin resultar oscuro, culto sin caer en la pedantería, y su generosidad no está reñida con la franqueza —se confiesa, por ejemplo, incapaz de leer más de tres o cuatro páginas seguidas del escritor Jean Paul, pero recomienda los pequeños paseos por el «soberbio jardín» que es su prosa—. Los textos más matizados, de hecho, son los que han envejecido mejor, frente a esos momentos de exaltación sin reservas que le llevan a describir la vida de Goethe como «sublime, ejemplar, la más humana de todos los tiempos» o el drama religioso La Anunciación a María, de Paul Claudel, como «una sublime homilía que se ha escrito para ser pronunciada en la catedral del corazón».

En conjunto, Encuentros con libros ofrece visiones enriquecedoras de figuras de la talla de Thomas Mann o Balzac y permite descubrir a nombres mucho menos conocidos para el lector actual, como Jeremias Gotthelf, Albert Ehrenstein o Adalbert Stifter. Y no es menos revelador de la personalidad y el talante de Zweig: en cada párrafo escuchamos su voz única, y no nos cuesta imaginarlo enfrascado en un grueso volumen, respondiendo a una carta de Herman Hesse o Joseph Roth, debatiendo civilizadamente sobre las ideas del momento en una tertulia. O teniendo que abandonar su país tras el ascenso al poder de los nazis —que le declararon «no ario» y quemaron sus libros—, un exilio que le condujo a Inglaterra, Estados Unidos y, finalmente, Brasil.

En la ciudad de Petrópolis, junto a su esposa, se quitó la vida el 22 de febrero de 1942, cuando el avance del fascismo parecía imparable y la Europa de la paz y la razón que era su patria espiritual, destruida para siempre. En una nota de suicidio, dejó escrito que no le quedaban fuerzas para empezar de cero y que aquel era el momento apropiado para acabar con una vida consagrada a la actividad intelectual y la libertad. Los enemigos de la cultura siguen siendo poderosos; los libros como espacios de encuentro y reflexión, igual de necesarios que entonces.

Encuentros con libros
Stefan Zweig
Edición y epílogo de Knut Beck
Traducción de Roberto Bravo de la Varga
Acantilado (Colección El Acantilado, 405)
Barcelona, 2020
272 páginas

4 comentarios en “Ese insólito don

  1. Esther

    Zweig me encanta. Su Mundo de ayer me parece impresionante. Este libro que nos traes me da un poco de respeto, quizá me hable de autores de los que no he leído nada y me pueda perder. Tengo en mi pila de libros pendientes Correpondencia entre Zweig y su esposa Friderike. Con esta entrada tuya, le has rescatado y creo que lo leeré en breve. Un saludo

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    1. César Niño Rey

      Yo no he leído a varios de los escritores de los que él habla, a algunos ni los conocía, pero incluso en esos casos las reseñas son muy interesantes por lo que cuentan y, sobre todo, por la forma en que Zweig presenta cada obra y lo que revela de sí mismo con esas impresiones. Es un libro que se puede leer también con mucho gusto a ratos sueltos. Un saludo y feliz lectura.

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    1. César Niño Rey

      ¡Muchas gracias a ti por tu comentario! Si creé este blog, fue precisamente para compartir mi entusiasmo por algunos libros y animar a su lectura. Espero que Zweig sea un descubrimiento que te acompañe ya siempre como lectora.

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