Las asombrosas vidas ordinarias de Alice Munro

Aunque a lo largo de su extensa carrera literaria, iniciada a finales de los años sesenta, nunca le habían faltado ni los reconocimientos ni la fidelidad de una comunidad de lectores cada vez más amplia incluso fuera del mundo anglosajón, muchos descubrieron a Alice Munro (Wingham, Canadá, 1931) cuando recibió el Premio Nobel de Literatura en 2013.

No es sorprendente: Munro ha cultivado en exclusiva el género del relato, a menudo considerado todavía un género menor, y sus volúmenes y antologías de cuentos han ido apareciendo de manera tan regular como espaciada. (Se debate si alguno de sus libros, por ejemplo, La vida de las mujeres, es una colección de relatos o una novela fragmentaria, pero ella misma ha explicado muchas veces que empezó escribiendo relatos porque solo disponía del tiempo que duraban las siestas de sus hijos y descubrió que ese era el molde natural de su escritura). Además, juzgados por sus argumentos, esos textos pueden tomarse como historias simples sobre la vida cotidiana en los pueblos y los campos de su Ontario natal, con frecuencia protagonizadas por personajes femeninos de lo más común. Y también la prosa de Munro, deliberadamente clara, se arriesga a pasar desapercibida entre otras más inclinadas a los fuegos de artificio.

Pero leer y, sobre todo, releer cualquier narración de la escritora canadiense revela que la sencillez es aparente y que, en sus manos, lo ordinario encierra más matices, secretos y sorpresas de los que solemos encontrar en una novela de setecientas páginas. En este sentido, es muy exacta la comparación ya habitual de Munro con Chejov —al que se atribuye la afirmación de que el punto de partida de uno de sus relatos podía ser algo tan banal como un cenicero—, aunque ella suele citar entre sus influencias sobre todo a autoras como Katherine Anne Porter, Flannery O’Connor o Elizabeth Bishop.

La recuperación por parte de Lumen de Algo que quería contarte, que se publicó originalmente en 1974, es otra prueba de la maestría y de la vigencia de la autora. También representa una excelente oportunidad para iniciarse en su universo de granjeros y universitarios, parejas en crisis, niños que se asoman con fascinación y miedo al futuro, adultos desorientados que se las arreglan para seguir avanzando (¿hacia dónde?) y, sobre todo, de mujeres: absorbidas por la maternidad, independientes, engañadas, astutas, complejas e incluso contradictorias, conscientes de que los tiempos están cambiando.

La madurez temprana y la consistencia de la escritura de Munro multiplican las vías de acceso a su obra, bastante homogénea en calidad y tono, aunque más desnuda en lo formal y abiertamente autobiográfica en títulos de su última etapa como La vista desde Castle Rock (2006) o Mi vida querida (2012). La sección con que se cierra este volumen se llama «Finale» y constituye, en efecto, una especie de despedida literaria de la escritora, que con posterioridad solo ha publicado una selección de sus cuentos, Todo queda en casa, aparecida también en Lumen (el sello que, junto a DeBolsillo —ambos del grupo Penguin Random House—, ha relevado a la editorial RBA en la traducción de Munro al español).

Precisión y sugerencia

Alberta (Canadá), hacia 1980. Archivos Provinciales de Alberta.

La engañosa facilidad de la escritura de Munro oculta una labor muy concienzuda que empieza por el punto de vista y la estructura de cada relato. No importa si las historias están narradas en primera o en tercera persona, lo esencial es el papel de la memoria, entendida como la forma en que dotamos de un sentido narrativo a nuestra vida y a las ajenas para tratar de describirlas, entenderlas, celebrarlas o incluso librarnos de ellas.

Con la naturalidad con que uno salta en el tiempo y de un lugar a otro a medida que repasa una experiencia personal o la comparte, en las trece historias de Algo que quería contarte el presente alterna con episodios del pasado que le aportan profundidad, relieve y claroscuros morales. Cada personaje ofrece su propia versión de los hechos (a menudo, más cercana a sus deseos que a la realidad); lo que parecía seguro se desvanece o cambia de dirección; una situación trivial, una anécdota desencadena epifanías y tragedias; la vida despliega todo su repertorio de casualidades, dádivas y confusión, y así, sin apresuramientos ni pausas innecesarias, llegamos a un desenlace a menudo provisional (como en el relato «Caminar sobre el agua») o ambiguo («Despedida») o desconcertante («La dama española»).

La misma fluidez se da en cada párrafo, en todas las frases, por lo general breves, siempre precisas y, a la vez, cargadas de sugerencias que cobran todo su sentido desde una visión de conjunto. Munro no subraya, habla constantemente de emociones y sentimientos sin caer en la cursilería y, cuando quiere ser cruda, lo es sin aspavientos. El lenguaje es común; la elección de las palabras, impecable. No hay adjetivos superfluos ni metáforas decorativas, los detalles reflejan a los personajes —cómo visten y se peinan, qué leen, cómo están amuebladas sus casas— y las imágenes se ajustan a los estados de ánimo y las atmósferas.

La copa capta la luz del sol, reflejando un círculo radiante en el tapete blanco. Eso hace que la bebida me parezca pura y reconstituyente, como el agua de montaña. Bebo con avidez.

(Pág. 220)

Familia, amor, memoria

Pero el virtuosismo discreto de Munro no basta para explicar la autenticidad que desprenden sus relatos, la exactitud con que reflejan lo más universal del comportamiento humano, esa aleación de dicha y tristeza que nos sugieren al recordarlos.

La escritora canadiense sobresale también por la sutileza con que examina la realidad y, a partir de los materiales que esta le proporciona, imagina y construye sus ficciones. La escritora Margaret Atwood —compatriota y buena amiga de Munro— destaca de ella su capacidad de «disección» y su combinación de «escrutinio obsesivo» y «exhumación arqueológica». La indagación es, en efecto, minuciosa, pero una de las mayores virtudes de Munro es reconocer que existen misterios irresolubles, preguntas sin respuesta, y también intuiciones certeras, mensajes que nos llegan a través de «conexiones insondables, pero en las que hay que confiar».

Vermillion, Alberta (Canadá), hacia 1970. Archivos Provinciales de Alberta.

Sus retratos de la vida rural no tienen nada que envidiar a los de su admirada Eudora Welty y explora de manera deslumbrante la intimidad femenina y la complejidad las relaciones familiares, en particular entre hermanas y entre madres e hijas —«El valle de Ottawa», que cierra el volumen, figura entre lo más sabio y conmovedor que ha escrito nunca—. Además, pocos narradores pueden competir con ella en la amplitud y la agudeza de su visión del amor, el deseo y el sexo: en «Algo que quería contarte» son fuerzas que trastornan; en «Dime sí o no», algo que primero se decide pero que luego se vuelve irreversible; las protagonistas de «Material» y «Cómo conocí a mi marido» reemplazan pasiones intensas y conflictivas por un matrimonio más cálido y convencional; en «Marrakech», la inolvidable Dorothy, una anciana viuda, se sobrecoge al espiar a dos amantes.

Munro no juzga a sus personajes, tampoco los embellece: son generosos y egoístas, compasivos y crueles; como ocurre con las atenciones de la abuela hacia su nieta en «Viento de invierno», una acción puede deberse al mismo tiempo al cariño y los celos. La empatía de la autora es especialmente intensa hacia los niños, los individuos extravagantes e inofensivos —como el Eugene de «Caminar sobre el agua» que cree en poderes sobrenaturales— y las mujeres que cargan con el peso del mundo, de las renuncias o la soledad no buscada. La ironía se filtra por todas partes, y en algunos momentos también asoma el humor como reacción ante la falta de sentido y la desesperación. «Es tan terrible que da risa», dice un personaje en «El perdón en las familias», uno de los relatos más redondos del volumen y buen ejemplo de cómo la ganadora del Nobel fusiona los detalles reveladores, la voz narrativa y la complejidad emocional en un todo coherente y único.

Me senté delante de Cuidados Intensivos, en la horrible salita de espera reluciente. Tenían sillas rojas escurridizas, formica barata y un tiesto lleno de guijarros del que crecían unas hojas verdes de plástico. Me quedé allí sentada horas tras hora leyendo el ‘Reader’s Digest’. Los chistes. (…) Y pensé que todas esas cosas no parecen ser tanto la vida cuando las estás haciendo, nada más son cosas que haces, cómo llenas tus días, y siempre crees que algo va a abrirse de golpe y que te encontrarás a ti misma, en la vida. Ni siquiera es que desees especialmente que se abra, vives bastante conforme tal y como todo discurre, pero en el fondo lo esperas. Entonces te estás muriendo, mamá se está muriendo, y solo son las mismas sillas de plástico y plantas de plástico y un día normal y corriente ahí fuera con gente haciendo la compra, y lo que has vivido es lo único que hay, y darías lo que fuera por ir a la biblioteca, algo tan simple como eso, por regresar subiendo la cuesta en el autobús con libros y una bolsa de uvas. Ay, sí, darías lo que fuera por volver a ese instante.

(Págs. 123-124)

Mientras algo se abre de golpe (o no), a los lectores siempre nos quedará la posibilidad de volver, una y otra vez, a las inmensas historias breves de Alice Munro.

Algo que quería contarte
Alice Munro
Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino
Lumen
Barcelona, Primera edición: abril de 2021
304 páginas

4 comentarios en “Las asombrosas vidas ordinarias de Alice Munro

    1. César Niño Rey

      Espero que disfrutes tanto con los relatos de Munro como yo. Y que luego comentes por aquí tu opinión, es una autora que deja mucho espacio para que el lector habite sus historias, las continúe e interprete.

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