El milagro que somos

A lo largo de la vida ingerimos una cantidad de alimentos equivalente a sesenta coches de tamaño pequeño. El cerebro nos engaña de manera constante en nuestro beneficio. Una de las razones por las que la Mona Lisa nos resulta enigmática es que carece de cejas. La forma redondeada del vientre de los bebés se debe a que su hígado es desproporcionadamente grande. Hasta tiempos recientes, ningún otro animal en la Tierra tenía más probabilidades de morir en el parto que un humano. Lo primero que hacemos al dejar de contener la respiración no es inspirar, sino dar un soplido para librarnos del dióxido de carbono.

Estos son solo unos pocos ejemplos del caudal de información que contiene El cuerpo humano. Guía para ocupantes (RBA Libros, 2020), un recorrido fascinante por nuestra anatomía y habilidades, de los genes a la digestión o el sistema inmunitario, de la concepción a la muerte. Su autor, Bill Bryson (Des Moines, Iowa, 1951), es conocido especialmente por otro título de divulgación científica, Una breve historia de casi todo, aunque ha publicado también libros de historia y de viajes y sobre la lengua inglesa. En su nuevo trabajo, Bryson repite la fórmula y las virtudes que han convertido a Una breve historia de casi todo en una de las obras más exitosas en su género del siglo XIX: cada uno de los veintitrés capítulos sintetiza el conocimiento sobre un ámbito concreto de manera accesible y rigurosa y siguiendo un hilo narrativo que combina datos, referencias históricas y experiencias personales.

Cada apartado es también una demostración de la amplitud de la curiosidad y la cultura científica de Bryson, así como de su sentido del humor y de su habilidad para encarar hasta los asuntos más trillados desde un ángulo inesperado (e incluso extrañamente poético), como en este fragmento sobre la superficie más externa de la piel:

Perdemos piel de manera copiosa, casi irresponsable: unos 25.000 «copos» por minuto, es decir, más de un millón por hora. Si pasa el dedo por un estante polvoriento, en gran medida estará abriendo camino a través de fragmentos de su antiguo yo. Nos convertimos en polvo de forma tan discreta como implacable.

Pág. 20

El atractivo del libro —traducido al español por Francisco J. Ramos Mena en una labor encomiable— se completa con una serie de fotografías e ilustraciones de gran valor histórico y, al final del volumen, con un completo aparato de notas, la bibliografía y un índice analítico y de nombres muy útil.

El viaje que Bryson traza a través de las piezas que nos componen y las facultades que nos proporcionan no se reduce a un rosario de curiosidades y apuntes sorprendentes. El libro nos recuerda, en primer lugar, que lo que sabemos del cuerpo es casi inabarcable y que no es menos inmenso lo que aún ignoramos. Los científicos no han logrado desentrañar por completo cuestiones tan básicas como la causa de las alergias y el asma y su incidencia creciente; la utilidad del sueño, las huellas dactilares, las amígdalas o las lágrimas emocionales —somos las únicas criaturas que lloran por sentimiento—; cuántas hormonas existen, o qué desencadena la menopausia. Como apunta Bryson: «Nuestro cuerpo es un universo de misterio: gran parte de lo que sucede encima y dentro de él se produce por razones que desconocemos, seguramente muchas veces porque no las hay».

Pero es aún más llamativo comprobar que en muy poco tiempo, a veces en solo unas décadas, la ciencia ha conseguido descifrar las claves de realidades que parecían exceder el alcance de la razón, lo que se ha traducido en avances tan trascendentales como las vacunas, los antibióticos o los trasplantes de órganos. Solo en el siglo XX, la esperanza de vida experimentó un aumento equiparable al del conjunto de los ocho mil años anteriores, según cálculos citados por Bryson (que subraya que ese incremento varía notablemente según los países y los niveles de renta).

La lectura ofrece también una visión muy interesante del progreso científico a través del retrato de investigadores actuales y del pasado, desde figuras conocidas universalmente hasta muchas otras tratadas de un modo injusto en su época u olvidadas más tarde, como Nettie Stevens, descubridora del cromosoma Y. La labor de los investigadores ha exigido siempre constancia y una dedicación que ha llegado en ocasiones a comprometer su salud (Bryson homenajea a los patólogos y parasitólogos que, a finales del siglo XIX y principios del XX, con frecuencia perdieron la vida en su lucha contra algunas de las enfermedades más terribles del mundo). Pero en la ciencia moderna esa entrega no basta para que un hallazgo fructifique, son igualmente imprescindibles las contribuciones de otros investigadores, el respaldo de la comunidad científica, su puesta en marcha mediante programas de salud pública… Incluso el azar puede desempeñar un papel crucial —aunque no suficiente—, como ocurrió en el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming (y ahora con la vacuna contra el COVID-19 de AstraZeneca y Oxford).

El cuerpo humano revela cómo los científicos han tenido que enfrentarse, además, a intereses económicos tan poderosos como los de la industria tabaquera, así como al peso de las tradiciones equivocadas y de los prejuicios (incluidos los propios: por sorprendente que parezca, la historia ha demostrado que en muchas cabezas una gran inteligencia convive con el racismo y el machismo más recalcitrantes y con supersticiones propias de charlatanes de feria). Es un mundo de sacrificios y egos desmedidos, de generosidad y competencia, tan heroico a veces como brutal otras.

La conclusión más evidente, aunque no menos asombrosa, del libro es que, pese a sus imperfecciones y su fecha de caducidad, nuestros cuerpos son un prodigio. Existen pocas cosas en el universo que alcancen la complejidad del cerebro humano, o que estén dotadas de un diseño tan eficiente como las manos, o que combinen fuerza y ligereza como lo hacen nuestros huesos. Y la sensación de maravilla no disminuye al reducir la escala hasta lo más pequeño: como señala Bryson, somos una colección de componentes inertes, la suma de siete mil cuatrillones de átomos organizados en ADN, células, sistemas y estructuras que operan en sincronía más o menos perfecta durante décadas, y todo ello a pesar de que nuestros hábitos no son a menudo saludables y de que nuestros genes provienen de ancestros que durante la mayor parte del tiempo ni siquiera fueron humanos.

El milagro de la vida humana no es que tengamos algunas debilidades, sino que no nos veamos superados por ellas. (…) Iniciamos nuestro viaje a través de la historia en forma de gotas unicelulares flotando en mares cálidos y poco profundos. Desde entonces todo ha sido un accidente prolongado e interesante, pero a la vez extremadamente glorioso (…)

Pág. 18

No parece menos milagroso que hayamos empezado a comprender la materia de la que estamos hecho y que, a través de las palabras, podamos compartir ese conocimiento.

El cuerpo humano. Guía para ocupantes
Bill Bryson
Traducción de Francisco J. Ramos Mena
RBA Libros
Barcelona, 2020
508 páginas

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